Blogia
España en el diván

España en el diván

España en el diván

Esponja de sudor, de palabras gruesas -de cojones, coños y putadas-, de tormentos, de abulia, de embestidas de coches, de incívica presencia (tantas veces envidié a Suiza  y a Noruega...). Cuarenta millones de vidas ajenas que, al tiempo, son mías. Mi nombre encabeza sus documentos desde que abren sus ojos a la vida hasta que un médico rubrica sus últimos ocasos. España. España. A veces me aborrecen y me esquivan. Otras veces mis miembros me suplantan: Andalucía o Cataluña, Extremadura o Murcia certifican trámites intermedios. Al final del viaje, en los oscuros documentos oficiales, acabo por ser yo la que recoge a mis muertos y a mis recién nacidos. Españoles aplazados. Unos me llaman España, otros Estado, otros ni me llaman. Casi mejor porque, según para quien, pronunciar mi nombre está muy mal visto. A esta altura de mi edad  suspiro ya sin queja.

No me anima hoy mencionarle a Quijano, al sol, a los toros, a las playas (¡ay!): a todos esos lugares comunes que ya todos conocen y que tanto me agotan. También soy, bien lo sé, umbría y recogimiento; humedad, bosque y monte despoblado; ciervo y jabalí; perra y gata; negra y amarilla; blanca y azul. Soy en fin, tanta, tan larga y tan grande, que hasta me cupo un águila imperial lanceado por flechas y casi también me cupo una bandera tricolor. De esta última caté menos; ya sabe, qué le voy a contar... Consumida y fresca. Vieja y nueva.  Miro atrás y compruebo mi pasado turbio y enloquecido, mis achaques de vieja resentida y recelosa. Pero también reconozco a mis barquitos, en los que miles de hombres y mujeres llegaron y se fueron. Mis amores me dejaron nostalgia y memoria de ángeles y sirenas, de la carne delicada que no se degrada.

Vengo aquí a confesarme. No aguarde de mí ánimo para afligidos ni agrios hálitos destinados a los contentos patológicos. Bastante tengo ya con lamerme mis heridas, mis costurones de siglos zurzidos con agravios propios y ajenos. No se si hallé más hideputas fuera o dentro de mis fronteras. O sí lo sé, y se lo iré contando. Tengo rey, reina, príncipe y princesa, que de esto no me ha faltado casi nunca. Sus innumerables antepasados resolvían componer o destruir lo que les venía. Ahora son ellos los examinados por mis hijos, que los escudriñan y los juzgan. Los tiempos cambian implacablemente, entreverando sorpresas e ironías infinitesimales que acaban por juntarse formando caudales. Es lo que hay. Yo ni quito ni pongo. 

Hoy siento el estímulo maltrecho y le dicto esta ristra de palabras sin cadena. Ahogadas unas palabras con otras como un murmullo. Como el mismo océano que me baña los pies desde hace tanto.

¿Le pedí ya el permiso para el suspiro?. Ya lo hice.  

Vale.

0 comentarios