Blogia
España en el diván

Decíamos ayer

Decíamos ayer Las hojas sueltas en el suelo son inclasificables por su propia sustancia, graves en su condición de material orgánico a punto de desintegrarse. Los días se suceden con una consistencia capaz de abolir cualquier idioma, resentidos por la condena estrecha y nimia de saber que deben caer como plomo fundido sobre las tumbas ilustres y sobre las manos que se esconden en los bolsillos. Los viajes infinitos resbalan, acarician y aprietan en una interminable carrera que se endurece en la base de la garganta. Sigo tendida en la camilla, quebrada bajo el peso de mis desdichas y de mis lágrimas; pero también con mi conciencia intacta de muchacha viva, enloquecida por sacudirme el talco y los algodones y bajar al mar a tomar un baño helado. Mi memoria se indigna, pero no se jubila ni se quiebra. Me niego a creer que sólo soy una broma, una imagen inventada y crónica sobre la que se encaraman las bestias. Empiezo a despertar y deseo, más que cualquier cosa, una buena ración de papas fritas.

0 comentarios