Cuánta estupidez y cuánta tristeza recordar aquellos días en los que a algún hijito no le terminaron de salir los dientes, que el sol de los malos alumbró magines y escopetas y embotó plumas y lanzas y casi me desgracia un asno. Esas borrascas fueron señales de que presto había de serenarse el tiempo y de que, andando en servicio como ando, no me hubieron de faltar auxilios y vendas. Pero no olvido que el camino oculta siempre mosquitos en el aire, gusanos en la tierra, renacuajos en el agua y malaventurados caballeros que me confunden con lo que ni soy ni quiero. Quiera Dios no volver a toparme con mantas ni manteadores ni fantasmas ni soldados encantados, que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato.
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