Los emperadores juegan al trile con niños negros. El laberinto se trama con dinero y sangre en terrazas occidentales y bajo las luces tranquilas se intercambian ojos asustados por soldados y monedas. Las caras y los perfiles no son más que ganado indiferente que se confunden con lo soñado. Mañana ya no los veremos y morirán con su miseria infantil, con sus sacrificios prefigurados en serie desde el origen del mundo. Llegará el día en el que no habrá esperanza ni temor ni batallas ni viento ni cenizas ni teatros ni lanzas: sólo inocencia.
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