Españolito que vienes...
A Guillermo Mira
Me gustan los recién nacidos. Son mis más valiosos aliados, ya que ellos aún no me han desertado y mantienen ciegamente mi protección umbilical, de la que nadie los despoja ni aún queriéndolo. Mucho le queda a un niño para ser un desertor, un profesional de sí mismo; condicionado por su orgullo, su distinción, su modestia o su insignificancia. Ese españolito tiene en comer en abundancia y en dormir en un lugar decente mis causas más justas, las innegociables. Nada valdría yo si uno sólo de ellos estuviera condenado a llevar a cuestas un halo de tristeza. Los miro abrir los ojos en las maternidades sin atisbo todavía de codicia ni hipocresía, con el alma brillante en sus diez décimas partes, conmovidos y temerosos de la luz que les desprotege, parpadeando brevemente a causa del frío inesperado de la vida exterior. Ni siquiera sonríen ni son buenos o cariñosos: son apenas barro o arcilla de sí mismos, inconexos y convencionales al tiempo. Luego aprenderán a retener las lágrimas. Ahora sólo les ocupa poner fin a su largo silencio con un acuciante quejido que deshiela el corazón de los titanes.
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