Vaticano
Mire mi señor de nombrarme embajadora de mí misma en el Vaticano, que mi deseo arde por mil señales y es menester que extienda mis pies hasta donde aún quedan caballeros de ánimos inquietos, capitanes de ventura vestidos con púrpuras casacas de enojo. Ya le dije que no soy casta, pero tengo entendimiento y templanza para acuchillar tempestades y para sorber cálices apacibles y frescos, para celebrar ceremonias y pasar roncando las horas de la siesta. Déjeme volar de mí, que cansada estoy de embusteros y hombrecillos. En este buen deseo de apartarme, también me cargan los años y la gana de hablar de nuevo buen latino, que echo en falta el bálsamo que perdí y me pesa esta preñez de necios y de moscas. Ya no busco ni la fe ni la gloria, sólo requiero un colchón blando y compasivo y un abanico de bizcochos. Una vida de cura sin dolencia que no me reseque el celebro.
9 comentarios
HECTOR OJEDA -
Tulipán negro -
Casi como ella, doña Carmen.
melonaforever -
Besitos.
Fonseca -
Embajador -
Papa -
amranta -
besos... un sitio embriagador este..
Gabriela -
Esta entrada me ha recordado a Cristina de Suecia y la hermosa película de la Garbo. Un Vaticano dieciochesco o del XVII...Un saludo cordial.
El rey -